5 abril 2015
Convencido de que nunca podría pertenecer, y jurando que nunca me contentaría con ninguna condición de segunda clase, creía que tenía que dominar en todo lo que decidía hacer, ya fuera un trabajo o un juego. Mientras esta fórmula atractiva para la vida buena empezaba a tener éxito, según mis definiciones del éxito de aquel entonces, me volví locamente feliz.
Pero cuando ocasionalmente una empresa fracasó, me llenó de un resentimiento y una depresión que solamente podían aliviarse con el próximo triunfo. Por lo tanto, desde los comienzos llegué a valorar todo en términos de la victoria o la derrota – «todo o nada». La única satisfacción que conocía, era la de ganar.
Unicamente por medio de la derrota total, podremos dar los primeros pasos hacia la liberación y la fortaleza. Nuestra admisión de la impotencia personal se convierte en el sólido cimiento sobre el cual podremos construir una existencia útil y feliz.
(A.A.)
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.